Piense y Hagase Rico Capitulo 8

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EL DOMINIO DE LA DILACIÓN
El séptimo paso hacia la riqueza
El análisis efectuado sobre más de 25.000 hombres y mujeres que habían experimentado el fracaso puso de
manifiesto el hecho de que la falta de decisión era casi siempre el motivo que encabezaba la lista de las treinta y
una grandes causas de fracaso. La dilación, lo contrario de la decisión, es un enemigo común que debe superar
casi cada ser humano. Usted se encontrará con una oportunidad de poner a prueba su capacidad para tomar
decisiones rápidas y concretas cuando termine de leer este libro, y esté preparado para poner en práctica los
principios descritos aquí.
El análisis de varios cientos de personas que habían acumulado fortunas bastante más allá de la marca del
millón de dólares puso de manifiesto el hecho de que cada una de ellas tenía el hábito de tomar decisiones con
rapidez, y de cambiarlas con lentitud, si y cuando se veía la necesidad de cambiarlas. Las personas que no
logran acumular dinero, tienen, sin excepción, el hábito de tomar decisiones, si es que las toman, de modo muy
lento, y de cambiar esas mismas decisiones con rapidez y a menudo.
Una de las cualidades más notables de Henry Ford era su costumbre de tomar decisiones rápidas y definitivas,
y de cambiarlas con lentitud. Esta cualidad era tan pronunciada en el señor Ford que le hizo ganarse la
reputación de ser un hombre obstinado. Fue precisamente esa cualidad la que le indujo a continuar la
fabricación de su famoso modelo T (el coche más feo del mundo) en un momento en que todos sus
consejeros, y muchos de los compradores del coche, le estaban pidiendo que lo cambiara.
Quizás el señor Ford se retrasó demasiado en efectuar el cambio, pero la otra cara de la moneda es que la
firmeza de su decisión le permitió ganar una enorme fortuna antes de que se hiciera necesario cambiar el
modelo. No cabe la menor duda de que la costumbre del señor Ford de tomar decisiones definitivas llegó a
asumir la proporción de la obstinación, pero esa misma cualidad es preferible a la lentitud cuando llega la hora
de tomar decisiones, y a la rapidez a la hora de cambiarlas.
CONSEJOS SOBRE LA TOMA DE SUS PROPIAS DECISIONES La gran mayoría de la gente que no logra
acumular dinero suficiente para cubrir sus necesidades suele verse, por lo general, fácilmente influida por las
opiniones de los demás. Esas personas permiten que los periódicos y las murmuraciones de los vecinos
afecten a sus ideas. Las opiniones son los bienes más baratos que existen sobre la Tierra. Todo el mundo
tiene un montón de opiniones preparadas para comunicárselas a cualquiera que se muestre dispuesto a
aceptarlas. Si usted se deja influir por las opiniones cuando se trata de tomar decisiones, no tendrá éxito en
ninguna empresa, y mucho menos en la de transformar su propio deseo en dinero.
Si usted permite que las opiniones de los demás 10 influyan, llegará a no tener deseos propios. Cuando
empiece a poner en práctica los principios descritos en este libro, guíese por su propio consejo, tome sus
propias decisiones y aténgase a ellas. No confíe en nadie más que en los miembros de su «equipo de trabajo»,
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y asegúrese de haberlos escogido bien, eligiendo sólo a aquellos que estén en completa armonía con su
propósito y que muestren simpatía por él.
A menudo, los amigos íntimos y los parientes le ponen obstáculos a uno por medio de «opiniones», aunque
ésa no sea su intención. A veces lo hacen incluso a través del ridículo, con la pretensión de que sea
humorístico. Hay miles de mujeres y hombres que sufren de complejos de inferioridad durante toda la vida,
debido precisamente a que alguna persona bienintencionada pero ignorante destruyó su confianza en sí
mismos mediante las «opiniones» o ridículo.
Usted dispone de un cerebro y de una mente propios. Utilícelos y tome sus propias decisiones. Si lo que
necesita son hechos, o la información -de otras personas, que le permitan tomar sus decisiones, como
sucederá en numerosos casos, lleve a cabo esos hechos, o asegúrese con discreción de esa información que
necesita, sin descubrir cuáles son sus propósitos.
Una de las características de las personas que tienen sólo conocimientos elementales o escasos es la de
que intentan dar la impresión de que poseen muchos conocimientos. En general, esas personas hablan
demasiado, y saben escuchar muy poco. Mantenga los ojos y los oídos bien abiertos, y la boca cerrada, si lo
que desea es adquirir el hábito de una toma de decisiones rápida. Quienes hablan mucho hacen bien poco. Si
usted habla mucho más de lo que escucha, no sólo se privará a sí mismo de muchas oportunidades de
acumular conocimientos útiles, sino que también habrá puesto sus planes y propósitos al descubierto ante
personas a las que les encantará desilusionarle porque, en el fondo, lo envidian.
Recuerde también que, cada vez que abra la boca en presencia de una persona que posea una gran
abundancia de conocimientos, estará desplegando ante ella su reserva exacta de conocimientos propios, ¡o su
falta de la misma! La verdadera sabiduría suele llamar la atención merced a la modestia y el silencio.
Tenga en cuenta el hecho de que cada persona con la que usted se asocie estará buscando, como usted
mismo, la oportunidad de acumular dinero. Si habla con demasiada libertad acerca de sus planes, quizá se
sienta sorprendido al enterarse de que alguna otra persona se le ha adelantado para alcanzar el objetivo que
usted se había propuesto alcanzar, poniendo en práctica los mismos planes acerca de los cuales usted habló
con tanta imprudencia.
Que una de sus primeras decisiones sea la de mantener cerrada la boca, y abiertos los ojos y los oídos.
Como una forma de recordarle este consejo, se ría útil que copiara el siguiente epigrama en letras
mayúsculas, y lo colocara allí donde pueda verlo cada día: «Dígale al mundo lo que intenta hacer, pero llévelo
a cabo antes de decirlo».
Eso es algo así como decir: «Lo que cuenta son los hechos, y no las palabras».
LIBERTAD O MUERTE EN UNA DECISIÓN
El valor de toda decisión depende del coraje que se necesite para ejecutarla. Las grandes decisiones,
aquellas que constituyeron los fundamentos de la civilización, fueron tomadas asumiendo grandes riesgos, lo
que a menudo significó la posibilidad de encontrar la muerte.
La decisión de Lincoln de promulgar su famosa Declaración de la Emancipación, mediante la que se
otorgaba la libertad a las personas de color en Estados Unidos, la tomó a sabiendas de que ese acto pondría
en su contra a miles de amigos y partidarios políticos.
La decisión de Sócrates de tomar la venenosa cicuta, en lugar de comprometer sus creencias personales,
fue un acto de gran valentía. Se adelantó mil años a su tiempo, y dio el derecho a la libertad de pensamiento y
de palabra a todos los que no habían nacido aún.
La decisión del general Robert E. Lee de apartarse de la Unión y tomar partido por la causa del Sur, también
fue una acción valerosa, pues él sabía que podía costarle la vida, además de la de muchas otras personas.
CINCUENTA Y SEIS QUE SE ARRIESGARON A LA HORCA
Pero la mayor decisión de todos los tiempos, en lo que se refiere a los ciudadanos de lo que más tarde sería
Estados Unidos, se tomó el 4 de julio de 1776, en Filadelfia, cuando cincuenta y seis hombres estamparon sus
firmas en un documento que, como muy bien sabían, aportaría la libertad a todos los norteamericanos, o bien
dejaría a cada uno de los cincuenta y seis colgado de una cuerda por el cuello.
Sin duda alguna habrá oído hablar de ese famoso documento, aunque tal vez no haya extraído del mismo la
gran lección de logro personal que nos enseña de un modo tan sencillo.
Muchos recuerdan la fecha en que esa gran decisión fue tomada; pero pocos se dan cuenta del valor que se
necesitó para ello. Recordamos nuestra historia, tal y como nos la enseñan; recordamos las fechas, y los
nombres de los hombres que lucharon; recordamos Valley Forge y Yorktown; recordamos a George
Washington y a lord Cornwallis. Pero, en realidad, sabemos muy poco acerca de las fuerzas reales que había
detrás de estos nombres, fechas y lugares. Y sabemos menos todavía sobre ese poder intangible que nos
aseguró la libertad, mucho antes de que los ejércitos de Washington llegaran a Yorktown.
Representa casi una tragedia que los historiadores hayan pasado por alto el hacer la más mínima referencia
al poder irresistible que dio nacimiento y libertad a la nación destinada a establecer nuevos niveles de independencia
para todos los pueblos de la Tierra. Y digo que eso es casi una tragedia porque precisamente se
trata del mismo poder que todo individuo debe utilizar para superar las dificultades que se le presenten en la
vida, y obligar a ésta a pagar el precio que se le pide.
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Revisemos, aunque sólo sea de forma muy breve, acontecimientos que dieron lugar a ese poder. La historia
comienza con un incidente ocurrido en Boston el 5 de marzo de 1770. Los soldados británicos trullaban por las
calles, amenazando a los ciudadanos con su sola presencia. A los colonos no les gustaba ver hombres
armados andando por sus ciudades. Empezaron a expresar abiertamente su resentimiento por este hecho,
arrojando piedras y profiriendo insultos contra los soldados que patrullaban, hasta que el oficial al mando dio la
orden: «¡Calen bayonetas…! ¡Carguen!».
La batalla que comenzó en ese momento tuvo como resultado la muerte de muchos, mientras que otros
quedaron heridos. El incidente provocó tal resentimiento que la Asamblea Provincial (compuesta por colonos
importantes) convocó una reunión con el propósito de emprender alguna acción concreta. Dos de los
miembros de esa asamblea fueron John Hancock y Samuel Adams. Tomaron la palabra y hablaron con
valentía, declarando que debían organizar un movimiento para expulsar de Boston a todos los soldados
británicos.
Debemos recordar que eso fue una decisión surgida en la mente de dos hombres, lo que podemos
considerar como el principio de la libertad que todos disfrutamos ahora en Estados Unidos. Tampoco podemos
olvidar que la decisión de esos dos hombres exigía fe y coraje, porque era una decisión que entrañaba
peligros.
Antes de que la asamblea terminara, Samuel Adams fue elegido para visitar al gobernador de la provincia,
Hutchinson, con objeto de exigirle la retirada de las tropas británicas.
La petición fue aceptada, y los soldados se retiraron de Boston, pero el incidente no quedó zanjado por ello.
Había provocado una situación cuyo desenlace estaría destinado a cambiar el rumbo de toda una civilización.
ORGANIZACIÓN DE UN EQUIPO DE TRABAJO
Richard Henry Lee adquirió un papel importante en esa historia. Él y Samuel Adams se comunicaban entre sí
con frecuencia (por correspondencia), compartiendo temores y esperanzas acerca del bienestar del pueblo en
sus provincias respectivas. A raíz de esta práctica, Adams concibió la idea de que un intercambio mutuo de
cartas entre las trece colonias podría ayudar a producir la coordinación de esfuerzos que tanto necesitaban en
relación con, la solución de sus problemas. Dos años después del enfrentamiento con los soldados británicos
en Boston (en marzo de 1772), Adams presentó esta idea ante la Asamblea, en forma de una moción para que
se estableciera un Comité de Correspondencia entre las colonias, que contara con corresponsales nombrados
en cada una de las colonias, «con el propósito de una cooperación amistosa para la mejora de las colonias de
la América Británica».
Eso constituyó el principio de la organización de un poder mucho más amplio destinado a conseguir la
libertad para todos los colonos y sus descendientes. De ese modo se organizó el equipo de trabajo. Estaba
compuesto por Adams, Lee y Hancock.
El Comité de Correspondencia fue organizado. Los ciudadanos de las colonias habían estado desarrollando
una desorganizada oposición física contra los soldados británicos, a través de incidentes similares a los
tumultos de Boston, pero de todo ello no se había derivado ventaja alguna. Sus agravios indivi duales no
habían sido consolidados bajo un equipo de trabajo. Ningún grupo de individuos tenía puestos sus corazones,
mentes, almas y cuerpos juntos en una decisión concreta para solucionar de una vez por todas su dificultad
con los británicos, hasta que Adams, Hancock y Lee se pusieron a trabajar juntos.
Mientras tanto, los británicos tampoco permanecieron de brazos cruzados. También ellos se dedicaron a
efectuar alguna planificación y a formar equipos de trabajo propios, con la ventaja de contar con el apoyo del
dinero y de un Ejército organizado.
UNA DECISIÓN QUE CAMBIÓ LA HISTORIA
La Corona nombró a Gage para sustituir a Hutchinson como gobernador de Massachusetts. Uno de los
primeros actos del nuevo gobernador consistió en llamar a Samuel Adams por mediación de un mensajero, con
el propósito de intentar detener su oposición, merced al temor.
Comprenderemos mucho mejor el espíritu de lo que sucedió si citamos la conversación mantenida entre el
coronel Fenton (el mensajero enviado por Gage) y el propio Adams.
Coronel Fenton: «He sido autorizado por el gobernador Gage para asegurarle, señor Adams, que el
gobernador ha sido dotado de amplios poderes para conferirle a usted tantos beneficios como le sean satisfactorios
[intento de ganarse a Adams con la promesa de sobornos], con la condición de que abandone
usted su oposición a las medidas del gobierno. El gobernador le .aconseja que no continúe disgustando a Su
Majestad. Su conducta le hace acreedor a los castigos previstos en una ley de Enrique VIII, por la que se
puede enviar a Inglaterra a las personas para que allí sean juzgadas por traición, o encarceladas, por traición,
a discreción del gobernador de una provincia. Pero si usted cambia su línea política no sólo obtendrá grandes
ventajas personales, sino que también estará en paz con el Rey».
Samuel Adams tenía que escoger entre dos decisiones: cesar en su oposición, y recibir recompensas
personales por ello, o continuar, y correr el riesgo de ser ahorcado.
Evidentemente, había llegado el momento en que Adams se veía obligado a tomar una decisión que podía
costarle la vida. Adams insistió en que el coronel Fenton, bajo palabra de honor, le transmitiría al gobernador
su respuesta, repitiendo con toda exactitud las mismas palabras que él le dijera.
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La contestación de Adams fue: «Dígale al gobernador Gage que confío desde hace mucho tiempo en estar
en paz con el Rey de Reyes. Ninguna consideración personal me inducirá a abandonar la justa causa de mi
país. Y dígale al gobernador Gage que Samuel Adams le aconseja que no continúe insultando los sentimientos
de un pueblo exasperado».
Cuando el gobernador Gage recibió la cáustica respuesta de Adams, montó en cólera y promulgó una
proclama en la que se decía: «El abajo firmante, en nombre de Su Majestad, ofrece y promete su más gracioso
perdón a todas aquellas personas que a partir de ahora abandonen las armas y regresen a los deberes propios
de súbditos pacíficos. Las únicas excepciones del beneficio de tal perdón son Samuel Adams y John Hancock,
cuyas ofensas, de naturaleza demasiado flagrante, no admiten otra consideración que la de un adecuado
castigo».
Podríamos decir que tanto Adams como Hancock se encontraban en dificultades. La amenaza del airado
gobernador obligó a los dos hombres a tomar otra decisión, igualmente peligrosa. Convocaron una apresurada
reunión de sus más fieles seguidores. Una vez todos estuvieron presentes, Adams cerró la puerta con llave, se
la metió en el bolsillo y les informó que era imperativo organizar un congreso de los colonos, y que nadie
abandonaría aquella habitación hasta que se hubiera tomado la decisión de convocar dicho congreso.
A este anuncio siguió una gran excitación. Algunos sopesaron las posibles consecuencias de tal radicalismo.
Otros expresaron graves dudas en cuanto a la prudencia y la conveniencia de una decisión tan definitiva, que
desafiaba claramente a la Corona. Encerrados en aquella habitación había dos hombres inmunes al temor,
ciegos ante la posibilidad del fracaso: Hancock y Adams. Gracias a la influencia de sus mentes, los demás
fueron inducidos a aceptar que se debían establecer acuerdos, a través del Comité de Correspondencia, para
convocar el Primer Congreso Continental, que se celebraría en Filadelfia el 5 de septiembre de 1774.
Vale la pena recordar esa fecha. Es mucho más importante que la del 4 de julio de 1776. Si no se hubiera
tomado la decisión de convocar un Congreso Continental, tampoco se hubiese llevado a cabo la firma de la
Declaración de Independencia.
Antes de que la primera reunión del nuevo Congreso se celebrara, otro líder, que se encontraba en otra parte
del país, se hallaba profundamente enfrascado en la tarea de publicar una Sucinta exposición de los derechos de
la América Británica. Se trataba de Thomas Jefferson, de la provincia de Virginia, cuyas relaciones con lord
Dunmore (representante de la Corona en Virginia) eran tan tensas como las de Hancock y Adams con su
gobernador.
Poco después de que se publicara Sucinta exposición de los derechos…, Jefferson fue informado de que había la
orden de perseguirlo por alta traición contra el gobierno de Su Majestad. Inspirado por la amenaza, uno de los
colegas de Jefferson, Patrick Henry, expresó con claridad lo que pensaba, y concluyó sus observaciones con una
frase que se ha hecho clásica desde entonces: «Si esto es traición, que sea la mayor de todas».
Fueron hombres como éstos los que, sin poder, sin autoridad, sin Ejército y sin dinero, tomaron asiento en una
solemne consideración del destino de las colonias, dando inicio así a la apertura del Primer Congreso
Continental, que continuaron celebrando cada dos años, hasta que, el 7 de junio de 1776, Richard Henry Lee se
levantó, se dirigió a la presidencia y, ante el asombro de la asamblea, presentó la siguiente moción:
«Caballeros, presento la moción de que estas Colonias Unidas son, y deben ser por derecho, Estados libres e
independientes, absueltos de toda alianza con la Corona británica, y que toda conexión política entre ellos y el
país del Reino Unido está disuelta, y así debe quedar».
LA DECISIÓN MAS TRASCENDENTAL JAMAS ESCRITA SOBRE PAPEL
La asombrosa moción de Lee fue discutida con tanto fervor, y durante tanto tiempo, que él empezó a perder la
paciencia. Finalmente, después de días de discusiones, volvió a ocupar el estrado de oradores y declaró, con una
voz clara y firme: «Señor presidente, hace días que llevamos discutiendo este tema. Es el único recurso de
acción que podemos seguir. ¿Por qué, entonces, retrasarlo más? ¿Por qué continuar deliberando? Que este día
feliz dé nacimiento a una República Americana. Que se levante, no para devastar y conquistar, sino para
restablecer el reino de la paz y de la ley».
Antes de que se votara su moción, Lee fue llamado a Virginia debido a una grave enfermedad familiar; pero,
antes de marcharse, dejó la causa en manos de su amigo Thomas Jefferson, el cual le prometió luchar hasta que
se cumpliera una acción favorable. ‘Poco después, el presidente del Congreso (Hancock) nombró a Jefferson
presidente de un comité que se dedicaría a redactar la Declaración de Independencia.
El comité trabajó mucho y muy duramente en la redacción de un documento que, cuando fuera aceptado por el
Congreso, y firmado por cada uno de los congresistas, significaría una condena de muerte para todos los
firmantes en el caso de que las colonias perdieran en la lucha que, sin lugar a dudas, estallaría entre ellas y el
Reino Unido.
Se redactó el documento y la versión original del mismo fue leída el 28 de junio ante el Congreso. Durante
varios días se discutió, alteró y preparó su redacción definitiva. El 4 de julio de 1776, Thomas Jefferson se levantó
ante la Asamblea y, sin el menor temor en su voz, leyó la decisión más trascendental jamás escrita sobre papel.
«Cuando en el curso de los acontecimientos humanos se hace necesario que un pueblo disuelva los lazos
políticos que lo han conectado con otro, y asuma, entre los poderes de la Tierra, el Estado separado e igual a
que las leyes divinas y naturales le dan derecho, un respeto decente por las opiniones de la humanidad exige
que ese pueblo declare las causas que lo impelen a la separación…»
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Cuando Jefferson hubo terminado de leer, se votó la aprobación del documento, que fue aceptado, y
después los cincuenta y seis hombres presentes lo firmaron. Cada uno de ellos ponía en juego su propia vida
con la decisión de estampar su firma en aquel papel. Gracias a esa decisión una nación surgió a la existencia;
una nación destinada a aportar para siempre a la humanidad el privilegio de tomar sus propias decisiones.
Al analizar los acontecimientos que condujeron a la Declaración de Independencia, podemos estar convencidos
de que esta nación, que ahora ostenta una posición de respeto y poder entre todos los demás países
del mundo, fue el fruto de la decisión de un equipo de trabajo compuesto por cincuenta y seis hombres.
Observe bien el hecho de que su decisión fue lo que aseguró el éxito a los ejércitos de Washington, porque el
espíritu de esa decisión estaba en el corazón de cada uno de los soldados que lucharon con él, y sirvió como
un poder espiritual que no reconoce lo que es el fracaso.
Observe también (y para mayor beneficio personal) que el poder que dio la libertad a esta nación es el
mismo poder que todo individuo ha tenido que utilizar para alcanzar su autodeterminación. Este poder está
hecho a partir de los principios descritos en este libro. No resulta difícil detectar, en la historia de la Declaración
de Independencia, al menos seis de estos principios: deseo, decisión, fe, perseverancia, equipo de trabajo y
planificación organizada.
SEPA LO QUE QUIERE Y, EN GENERAL, LO CONSEGUIRÁ
A través de toda esta filosofía se encontrará la sugerencia de que el pensamiento, apoyado por un fuerte
deseo, tiene una tendencia a transformarse en su equivalente físico. Tanto en esta historia como en la de la
organización de la United States Steel Corporation se encuentra una descripción perfecta del método mediante
el cual el pensamiento produce esta asombrosa transformación.
En su búsqueda del secreto del método, no espere milagro alguno, porque no lo hallará. Sólo encontrará las
eternas leyes de la naturaleza. Esas leyes están disponibles para toda aquella persona que tenga la fe y el
valor suficientes para utilizarlas. Pueden ser empleadas bien para aportar libertad a una nación bien para
acumular riquezas.
Quienes toman decisiones con rapidez y de un modo definitivo saben muy bien lo que quieren, y, en general,
lo consiguen. Los líderes en todos los campos de la vida son personas que deciden con rapidez y firmeza. Ésa
es la razón principal por la que se han convertido en líderes. El mundo tiene la costumbre de abrir paso al
hombre cuyas palabras y acciones muestran que sabe a dónde se dirige.
La indecisión es un hábito que suele aparecer en la juventud. El hábito adquiere permanencia a medida que
el joven pasa por la escuela, el instituto e incluso la universidad sin una definición de propósito. El hábito de la
indecisión acompaña al estudiante cuando inicia el trabajo que elige hacer…, si es que lo elige. En general, el
joven que acaba de terminar sus estudios busca cualquier trabajo. Acepta el primero que se le ofrece, porque
ha caído en el hábito de la indecisión. Noventa y ocho de cada cien personas que trabajan en la actualidad a
cambio de un salario ocupan los puestos en los que están porque les faltó la firmeza de decisión necesaria
para planificar el alcanzar un puesto determinado, así como el conocimiento acerca de cómo elegir al patrono.
La firmeza de decisión exige siempre valor, y, a veces, incluso mucho valor. Los cincuenta y seis hombres
que firmaron la Declaración de Independencia pusieron sus vidas en juego cuando decidieron estampar sus
firmas en aquel documento. La persona que toma la firme decisión de conseguir un puesto de trabajo
determinado, y de que la vida le pague el precio que pide, no pone en juego su vida con esa decisión; lo único
que se juega es su libertad económica. La independencia financiera, la riqueza, un negocio deseable o un
buen puesto profesional no se encuentran al alcance de la persona que descuida o rechaza la expectativa, la
planificación y la exigencia de esas mismas cosas. El que desea obtener riquezas, con el mismo espíritu con el
que Samuel Adams deseó obtener la libertad para las colonias, seguro que terminará por acumular una gran
fortuna.